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Libre de humildad, privado de inteligencia

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En el principio el software era gratis. Luego se fundó Microsoft.

Aceptado, Gates no fue la primera persona que pensó en un esquema de licenciamiento. Sí fue sin embargo el primero en hacerse mil millonario con uno. A finales de los 70’s la romántica idea de que el software era creado por todos y para todos desapareció y fue reemplazada por una variante del esquema de propiedad al que la humanidad está acostumbrado para los libros, pinturas, fotografías y otros productos de la mente humana. Punto de inflexión en la historia: las computadoras personales habían dejado de ser un hobby para convertirse en un negocio.

La elaboración de contratos de licencias draconianos, el cobro de actualizaciones inexistentes y en líneas generales el abuso por parte de las grandes corporaciones, propició la formación a mediados de los 80s de un movimiento que de alguna forma proponía la vuelta a las raíces, a esa idea de que el software era creado por y para la humanidad, que el software debía ser libre: Free Software, idea original de Richard Stallman.

Discutiblemente, el movimiento de Free Software no obtuvo suficiente tracción hasta que un finlandés encerrado en su cuarto inventó un derivado del principal sistema operativo utilizado en los entornos académicos. Torvalds, como todos los grandes líderes de la revolución digital, ahora maneja un deportivo (Mercedes SLK 32).

Durante los 90s, Stallman y otros evangelistas transformaron el movimiento de Free Software en un asunto sociopolítico que tiene tanto o más que ver con la izquierda trasnochada que con la computación. Para los militantes del Free Software es más importante la filosofía de la libertad (nominalmente, las ‘4 libertades’) que la experiencia del usuario. No importa si es fácil de usar, lo importante es que es libre. Esta declaración de principios obviamente convirtió al movimiento en un blanco fácil para los detractores. Por eso, a finales de los 90s, grandes mentes que intuían el negocio detrás del software gratis hicieron una reunión estratégica y parieron el concepto de Open Source, o código abierto, con lineamientos mejor definidos y algo de propósito en la vida.

Ambos movimientos proponen la redistribución libre del código fuente junto con el ejecutable en sí, con el acuerdo (a veces tácito, a veces no) de que cualquier cambio o mejora que uno haga debe ser redistribuido de la misma forma. El fortalecimiento de esta idea ha sido uno de los grandes avances tecnológicos y filosóficos de los últimos diez años. Este esquema de desarrollo y distribución de software le ha dado la oportunidad a millones de personas de utilizar sofisticados sistemas operativos y aplicaciones que de otra manera serían muy costosas.

En Venezuela tenemos nuestra versión tropicalizada, legislada y obligatoria del movimiento de código abierto. Aquí, obviaron ese término, acordado por casi todo el mundo y optaron, lógicamente, por Free Software. Todo el estado venezolano está obligado por decreto presidencial a migrar a ‘software libre’, cueste lo que cueste.

¿Libre de qué?

El término ‘software libre’ parece el producto de un laboratorio de guerra sucia. Su opuesto es el Software Privativo, no el Software Licenciado, sino Privativo, una sutileza cargada de significado. Eso es, por decir un eufemismo, absolutamente ridículo ¿Qué exactamente es lo que priva? ¿Acaso soy menos creativo con Microsoft Word que con Open Office? ¿Disminuye la fruición de un libro al no poseer el manuscrito original? ¿Y qué tal un cuadro? Yo soy de los que piensa que no. Pero a diferencia de los fundamentalistas, respeto la disensión. Y es que ese es otro trasfondo de este asunto: la comunidad del ‘software libre’ es, en líneas generales, tan fanática que haría que los Mullahs pareciesen tímidos negociadores. Es común leer y escuchar la frase ‘libertad a toda cosa’, inclusive en los casos en los que el software presenta más retos y problemas para los usuarios de los que resuelve.

¿Acaso un usuario común estará dispuesto y preparado para ver y modificar el código fuente de una aplicación para que funcione de acuerdo a su gusto? Eso quizás era así en los 80s, cuando los únicos que usaban computadoras eran los gurús. Está demostradísimo que actualmente a los usuarios no les importa qué aplicación ni qué sistema operativo usan mientras sigan la lógica de Microsoft Word y el javascript funcione como en Internet Explorer.

Y por supuesto, está el asunto no tan sutil de la palabra ‘libre’. Cualquier persona que conozca a alguien que más o menos sabe darle vueltas a una máquina, sabrá que no hay nada más arrogante que un gurú de la computación, esa especie de keymaster contemporáneo. Agreguen a la mezcla la creencia de que son dueños de la palabra ‘libertad’. La guinda sobre la torta es que algunos son venezolanos. Encierren a quince de estas personas en un cuarto y escucharán algunas de las discusiones más absurdas sobre quién tiene la razón sobre el significado verdadero de la libertad. Un discurso de cinco minutos de cualquiera de estas personas es peor que una hora con Bush.

Estos evangelistas sostienen que las empresas que fabrican software con licencia deberían desaparecer (a la fuerza si se resisten). Pero pareciesen olvidar un detalle: la mayoría del software de código abierto es una copia de los paquetes comerciales. Podría inclusive arriesgarme a asegurar no existirían si sus hermanos comerciales no tuviesen éxito. The Gimp, quizás uno de los más conocidos, es una imitación de Photoshop, GNOME y KDE, las dos interfaces gráficas principales de Linux le deben todo, todo, al MacOS y a Windows.

Gracias a esa combinación explosiva de arrogancia e imitación, el software de código abierto siempre estará dos pasos más atrás que el resto, en una constante lucha de egos dentro de una comunidad donde todos se creen dioses. Esta gente tiene 15 años tratando de desarrollar algo que se parezca a Windows y todavía les falta. La comparación más brutal es que Fedora, SUSE y Red Hat, las tres distribuciones más ‘humanas’ de Linux, no son código abierto y Ubuntu, la más reciente de sus imitaciones libres, es linda, pero se sigue quedando corta.

El primer paso para salvar esa iniciativa de la debacle es aceptar esos hechos innegables y replantearse la filosofía del movimiento desde la humildad de quienes no lideran los cambios en el mundo.

Libertad en Venezuela

Paradójicamente los países con más penetración del software de código abierto son aquellos donde la piratería es rampante. ¿Cuál será la lógica de apoyar el software gratis cuando las copias cuestan casi lo mismo que un CD virgen? Política por supuesto. La razón detrás de todo esto es política. Tanto así que poco importa la filosofía del código abierto o del free software, lo que importa es la imposición de la ‘libertad’ (léase anti-capitalismo) a toda costa.

Si no me creen, evalúen las últimas decisiones de la comisión de infogobierno (novísimo invento para perder el tiempo en la Asamblea Nacional): Traicionando los principios básicos de la principal licencia de código abierto, la GPL, la comisión que discute la ley de tecnología ha propuesto que las aplicaciones estratégicas desarrolladas por y para el gobierno venezolano no serán liberadas al mundo. ¿Qué tiene de libre eso si los únicos que van a conocer el funcionamiento de dichas aplicaciones son un reducido grupo de personas, una cúpula, que además cobrará miles de millones por desarrollarla? Si algo me hace venezolano es la certeza de que este cambio masivo de plataforma no es más que el negocio de tecnología más jugoso de los últimos treinta años. Alegan millonarios ahorros, pero la realidad es que todas esas nuevas computadoras que están comprando para impulsar el uso del software libre vienen con la licencia de Windows ya pagada. Apuesto mis acciones en PDVSA a que la migración será muchísimo más costosa que la manutención de la actual plataforma.

Por supuesto, lo que más me molesta es la manipulación. He escuchado cosas como ‘soberanía tecnológica’, como ‘ahora el software sí es de todos’, como ‘ahora con el software libre vamos a poder ver los datos desde cualquier computadora de la empresa e integrar todos los sistemas’. Las personas que dicen esto no tienen la culpa, la culpa está en el origen del mensaje.

Disfrazada de un plan nacional de alfabetización tecnológica, durante estas semanas ha empezado una ofensiva ideológica que más allá de educar a la gente (por ejemplo estableciendo la diferencia clara entre código abierto, software libre y software licenciado), en realidad lo que va a crear son discapacitados tecnológicos que pensarán durante mucho tiempo que los programas no se instalan con doble clic sino ejecutando un administrador de paquetes. Pensarán que lo importante no es que las computadoras sean fáciles de usar y resuelvan un problema concreto, sino que sean libres. Es una verdadera lástima que se pierda una oportunidad tan brillante de utilizar recursos para una causa justa.

Post-post: una búsqueda rápida en google trends, revela que la mayoría de las búsquedas de la frase ‘software libre’ vienen de Venezuela y Cuba. Jummm…
(otra búsqueda rápida revela que Windows le patea el trasero a linux, al che, castro y chavez)

destacados, hacking, notas

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Daniel Pratt

Emprendedor, artista de calle, aficionado a los medios sociales, fan de PHP, amante de psql, geek. Vamos a morir pronto. Lo que queda es amar, disfrutar de nuestras glorias, miserias y afinidades electivas.

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