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40 años del Golf

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He estado siguiéndole la pista a la celebración de los 40 años del Golf. Esa foto de arriba es una de las máquinas más hermosas que he visto este año.

Siempre quise un Golf pero nunca pude pagarlo, así que me conformé, como muchos otros latinoamericanos, con un Gol, sin la f. Un carro que me hizo inmensamente feliz y orgulloso de haber logrado la proeza de obtener un crédito por mis propios méritos. El carro que le siguió también fue un Gol. Cuando emigré lo vendí por una miseria para pagar un billete.

En estos días le contaba a Mónica la historia de ese último Gol, cómo el hijo de Héctor bautizó al carro en el asiento trasero, sellando nuestro vínculo.

Una de mis experiencias trascendentales fue haber migrado con Mónica con lo que pudimos llevar en un carro. Un arrumaje que fue seleccionado por Jessica y Yensi y amorosamente cargado por Plácido y Jose en la parte trasera de nuestro desvencijado, quinceañero, increíblemente fiel, Fiat Pu_to. La culminación de esa experiencia fue sortear el último paso de montaña y ver las luces de nuestra nueva ciudad al borde de la medianoche. Algo que recuerdo cada vez que hacemos esa ruta, todavía en nuestro Fiat.

Los carros nos obligan a compartir el espacio vital con otras personas e, invariablemente, terminan siendo el lugar en el que construimos narrativas comunes, el tabernáculo donde atamos nexos con nuestras familias electivas.

 

Volviendo al Golf con f, es muy loco que, 40 años después, la última versión siga siendo un modelo deseado por muchos. ¿Sucederá lo mismo con las PowerBooks en 2031?

Al encontrar esa foto del Golf, me acordé de Enio. Él sería, sin duda, un carro amarillo:

Soy un modelo del 74
de esos que vinieron sin stop y con un guardafango más claro que el otro,
en el maletero traje una caja de herramientas, de la cual
sólo sé usar la poesía cuando se me espicha un caucho.

Mi dirección no siempre fue la correcta,
como buen 74 la intuición me guió por las calles más transitadas,
esquinas de fiestas y sombras, de canción y silencio,
siempre doblando a la izquierda y volcándome por las calles siniestras,
gracias a esto, espero que no se diga:
que me vieron peligrosamente inmovilizado en las avenidas de la derecha.

Prendo las luces de emergencia cada vez que me accidento en un amor,
hay una manía de preservar lo que viene detrás y puede chocar conmigo,
soy un 74 al que le dice viejo una modelo del 80
pero igual roza su puerta con mi puerta y me raya un poco la pintura.

Mi tapicería estuvo llena de tabaco un buen tiempo
y como buen 74 trato de dejar el hábito cuando caliento,
me manejan aquellas que descubren la docilidad de mis frenos,
o aprietan el acelerador poco a poco hasta fundirme la máquina.

Van tres veces que me han querido vender pero siempre se arrepienten mis compradoras,
eso de un 74 poeta maníaco convertible,
al que se le llena el tanque con gasolina de 40 grados, no parece ser buen negocio.

Mi dueño me lleva de allá para acá con la ligereza de creerse superior
y en realidad no se lo discuto, uno discute con lo que ve y a Dios no se le ve nunca,
descanso en las mañanas y ruedo en las noches,
me siento taxi, limosina, carro por puesto y particular.

Si me vuelven chatarra quiero que con mis restos,
resuelvan inventar una gran máquina de café
y se les reparta café a otros modelos 74 que serán de colección.

Soy un modelo 74 que anda a la intemperie
de algunas que lo chocan y lo chocan…
Soy un 74 chocón.

-Enio Escauriza

 

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Daniel Pratt

Emprendedor, artista de calle, aficionado a los medios sociales, fan de PHP, amante de psql, geek. Vamos a morir pronto. Lo que queda es amar, disfrutar de nuestras glorias, miserias y afinidades electivas.

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