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McCoy en el Blue Note

Mccoy

‘It’s all happening’ es el mensaje subliminal de Times Square. Un poco más arriba, Les Paul, rayando los 100, toca todos los lunes en el Iridium, Dave Weckl toca hoy (y Cristo predica en San Patricio). Pero el cumpleaños de John Coltrane se celebra en el Village.

Pasamos por el Vanguard, un hueco en la pared al lado de una farmacia en un edificio en remodelación. El Blue Note no es muy distinto: un pasillo con un laberinto de mesas hasta el techo (junto a una ferretería). Nos sentamos detrás del piano. Luego de ordenar y concluir que no vamos a conversar con quienes compartimos la mesa, subimos al gift shop (sabes, hay que ceder, abrazar la trampa).

Mientras pago la franela, A. me dice ‘mira, ¿no es él?’ Y si, ahí, a dos metros, está el tipo. Riendo, hablando paja justo antes del set. Sonreímos, hello, buenas noches.

Pareciera que todos los grandes jazzmen eventualmente terminan asumiendo una de las siguientes personas:
a) Miles Davis post-fusión: grandes anteojos, contextura raquítica, cabello halado hasta un moño en la base del cráneo, voz destrozada por los excesos y una sorprendente habilidad para mantenerse de pie cuando la física ordena todo lo contrario.
b) Dizzy Gillespie en United Nations Orchestra: gordo, jovial, gorra zulu, sufre de narcolepsia en los conciertos.
c) Quincy Jones post-Michael Jackson: genios de la música vueltos productores y por ende, las únicas personas en el planeta que hacen dinero con el jazz.

McCoy Tyner es a, definitivamente a. Los omoplatos se le marcan a través del saco, la sombra que se proyecta en la pared de ladrillos no le pertenece, es Miles con la boca ligeramente abierta. Luego del primer tema, presenta a la banda. Leo el programa porque honestamente no se le entiende nada: Charnet Moffett en el bajo, Eric Kamau Gravatt on drums, y para acompañarlo en los 80 años de Coltrane, Pharoah Sanders en el saxo.

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Pharoah (tipo b) es alumno de Coltrane y no tarda en mostrarlo. El primer solo termina con un overblowing multifónico que nos deja clavados, no sólo por la pirotecnia, sino porque parece que el tipo se va a morir en cualquier momento. Luego se recuesta del Bösendorfer, deja caer los párpados y se balancea lentamente mientras pasan los solos de piano, bajo y batería. Vuelve en sí y abre los ojos como si estuviese despertándose cada vez que alguien atina una frase interesante.

No es Irakere en el Teresa, ni Weil en la simón. Ni siquiera es Orsby en el Ronnie Scott’s. Pero primo, es el McCoy. Además, ese piano suena. El tipo se sabe su Coltrane y no le sobra una nota. Los solos son escuetos, al grano y maravillosos, 100% libres de adorno y paja. Todo se viene abajo sin embargo porque Moffett en el bajo es un showoff. El tipo probablemente es un virtuoso, pero es todo acrobacia y cero construcción. De paso, tiene la mala costumbre, no, el atrevimiento, de detener un solo para ajustar la maquinita que tiene atrás encaletada. La magia que hace con el bajo no vale la cortada de nota. Por supuesto, todos los gringos lo adoran. La tipa que tengo al lado exclama ‘Wow! that was something!’ cada vez que el tipo interviene.

El set dura una hora y veinte. Terminan con una improvisación sobre My Favourite Things. Pharoah se clava cinco minutos de puro grito y no se muere. El local se cae. La semana que viene tocan Chuck Loeb y André Previn. Buenas noches.

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Si escapas lo suficientemente rápido, puedes tener el privilegio de que no te arruinen la noche con comentarios absurdos. Lo mejor que tienen esos clubes es el aftertaste caminando por el Village. Como aquella vez en Soho, buscando un autobús a las mil de la noche ¿remember?. ‘Unnecessary Noise Prohibited’, reza un cartel frente a Nuestra Señora de Pompeya y me gustaría que eso fuese una verdad, o al menos, el nombre de nuestro próximo disco imaginario.

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Daniel Pratt

Emprendedor, artista de calle, aficionado a los medios sociales, fan de PHP, amante de psql, geek. Vamos a morir pronto. Lo que queda es amar, disfrutar de nuestras glorias, miserias y afinidades electivas.

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