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The Police: Synchronicity entre Nueva York y París

(mashup por Vicente Ulive-Schnell y Daniel Pratt)

Todo esto fue un accidente
Cuando me enteré que The Police se iba a reunir para hacer una gira mundial, decidí casi inmediatamente que no iría a verlos. ¿Hasta cuándo las malditas reuniones de abuelos que se creen rockeros? ¿Hasta cuándo la estafa de pagar sumas estrafalarias para ir a eventos que son poco más que un karaoke colectivo? ¿Por qué estas “leyendas vivientes” no le dan paso a las nuevas generaciones, a la gente que sigue buscando e inventando ahora, no hace treinta años? Reflexioné: con el costo de la entrada, podría pagarme un año de Café concerts en París para ver a bandas locales con nuevas propuestas. Estaba decidido.

Sin embargo, apareció mi compañera, quien obviamente me conoce más de lo que me conozco yo mismo. Me despertó acariciándome la cara con dos entradas para el concierto. Al final, ella tenía razón: The Police había sido mi banda juvenil y, por más que el concierto fuera una burla y desacralizara mi recuerdo de ellos, era un riesgo que tenía que tomar.

Fast forward seis meses, entramos a un deli cerca del Port Authority un domingo en la mañana. Música Norteña y tres mexicanos, Authentic New York Style.

Qué curioso que nadie puede adivinar lo que estás a punto de hacer. La maravilla del silencio humano. Lo mismo deben sentir los asesinos, los estafadores, los políticos cuando se sientan a comer justo antes del gran golpe.

Apenas comemos unos bocados. Cuando te ves en este tipo de situaciones por accidente es lógico, hasta justo, que un accidente (una diarrea, un autobús, un meteorito) las interrumpa.

New Denis
dsc01432.jpgQué lejos estamos. No de Manhattan, de Caracas. Algunos gringos han rentado autobuses y están allí desde hace horas. Trajeron parrilleras, tumbonas, cavas y han pasado el domingo comiendo y bebiendo en el estacionamiento. Los logistically challenged esperamos bajo el sol, escuchando el constante ‘Bienvenidos a The Police in Concert, por favor recuerde que el ingreso con cámaras de fotos o filmadoras está prohibido’, sobre un soundclip de Synchronicity.

¿Qué es una cámara y una filmadora? ¿Es mi cámara digital una cámara? ¿O sólo se refiere las profesionales? ¿Es mi celular una filmadora? Escondemos la cámara, como buenos ignorantes del tercer mundo, para pasar el cateo. Adentro hay tipos con SLRs, handycams y unos árabes ensamblando una bomba nuclear frente a los baños.

A las seis de la tarde la arena está vacía. Nos enteramos que el ‘The Police and Friends’ impreso en el ticket quiere decir que luego de horas de ‘friends’ vendrá The Police. Comienza a sonar Fiction Plane. Vamos por birras.

Malditos gringos y sus leyes. No puedes comprar birra sino muestras un valid ID (o eres fucking decrépito). La cédula venezolana por supuesto no es un valid ID y ¿Quién coño sale con su pasaporte a la calle, mucho menos a un concierto? Compramos un juguito de manzana. Yo decido emborracharme con chocolate.

The Fratellis salen después. La chama de dieciséis que tenemos enfrente por poco y vomita de la emoción. Grita las canciones. La mamá (visible fanática de Sting) trata de esconderse. Los Fratellis es otra de esas bandas que no tiene ni idea de dónde vienen y terminan sonando como un hijo bastardo entre AC/DC y REM. Pero están bien, supongo.

Al terminar los Fratellis, en ese estadio otrora vacío no cabe un alma. El estadio de Francia, aquél donde los galos le ganaron tres a cero a los brasileros y establecieron el reinado futbolístico de Zidane, reventaba con más de ochenta mil personas gritando para que saliera la banda. A las nueve de la noche, empezó la cosa: Andy Summers punteaba el riff de Message in a bottle antes de que aparecieran Stewart Copeland y Sting, con una taza de té en la mano. El público entró en frenesí.

I have only come here seeking knowledge
Así, de noche, es que podemos admirar la tarima. 5 pantallas gigantes (tres de las cuales siguen constantemente a cada uno de los integrantes), seis pilares de luces sembrados en el piso que suben y bajan para conjurar escenas de la luna y el océano.

Para hacer todo esto más evidente, en la segunda pieza todo el escenario explota con colores. Sting grita ‘Ooooh oooh ooooh’. Syncronicity II.

Lo que debo resaltar del concierto es que fue un concierto de The Police, no un karaoke piche para gente que solamente conoce el disco “Singles – 86”, compromiso disquero que marcó la ruptura de la banda. Los tres británicos se pasearon por su extenso repertorio, combinando temas menos conocidos con clásicos del pop arreglados y extendidos según la ocasión. Andy Summers tiene mucho espacio en este Police 2007: en canciones como “So Lonely” o “Invisible sun” el grupo se repliega y le da cabida a sus solos. Es aquí donde vemos la diferencia. The Police no es una banda de viejos quemados que volvieron a reunirse por dinero. Es un grupo donde todos evolucionaron, Summers explorando los límites de la guitarra junto a Robert Fripp (“Bewitched”), Copeland componiendo música para películas y Sting tocando y haciendo de todo, desde discos jazz (la banda sonora de “Leaving Las Vegas”) hasta cuestionables mezclas de un laúd con cuentos ingleses de la edad media (“Songs from the labyrinth”).

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El concierto combinaba un “hit” con una canción menos “popular”, pero era justamente en éstas que el público podía deleitarse a sus anchas. El repertorio fue más o menos como sigue: Message in a Bottle, Synchronicity II, Driven to tears/When the world is running down (…), Walking on the moon, Don’t stand so close to me, Voices in my head, Next to you, Dedododo Dedadada, Walking in your footsteps, Wrapped around your finger, Invisible sun, Roxanne, So lonely, Hole in my life, Can’t stand losing you, Truth hits everybody, Contact, No time this time, King of Pain, Every little thing she does is magic, Every step you take, y puede que se me olvide una que otra.

Sting, que nunca ha tenido mucha voz, comienza a fallar en De Do Do Do, De Da Da Da. Está bien, es el quinto concierto de la semana, su bajo se ve peor que él. En el fondo ojalá llegue a los 55 así. Summers y Copeland en cambio son la pala. Con pequeños ajustes en los arreglos hacen que Synchronicity suene aún más gloriosa y Truth hits everybody deje de ser un grito punk para convertirse en una calmada reflexión sobre la vida.

Canciones como “King of pain” y “Wrapped around your finger” estaban hechas a la medida de Stewart Copeland. El baterista, vestido con guantes blancos, se paseaba por toda la percusión, utilizando un abanico de platillos, timbales, vibráfonos y gongs para darle cuerpo al tema.

Otros temas como “Hole in my life” y “When the world (…)” mostraban la calidad de Sting, que no sólo se lucía con un slap-bass y otros ritmos funky sino que entonaba a la perfección y aupaba al público con la presencia que tienen las grandes estrellas de rock.

Podría seguir escribiendo hasta dar una descripción detallada de todas las canciones, pero sería redundar. Creo que The Police demostró lo que es tener clase, hacer buen rock y manejar una escena. Hoy por hoy, cuando grupos fantoches y edulcorados de neo-punk aparecen en cada esquina, donde las bandas retocan las voces para tapar las insuficiencias del cantante y las presentaciones en vivo dan lástima, The Police dio una clase magistral de cómo, con sólo tres músicos (geniales, eso sí), se puede hacer un espectáculo del más alto nivel.

El concierto se acaba. La gente pide a gritos el encore. Las pantallas se iluminan con los símbolos de Ghost in The Machine. Todo se viene abajo. Terminan con King of Pain, So Lonely, Every Breath You Take y Next to You.

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Afuera algunos gringos pasan la pea vendiendo algo de su parrilla a los que esperamos al autobús para regresar. Evacuar un estadio de ese tamaño a punta de autobuses no es juego de niños. Esperamos cerca de una hora. Nuestro avión sale a las seis de la mañana siguiente. En ese Kennedy inhóspito de las 4am conseguimos zombies como nosotros, cruzamos miradas, sonreímos. El secret handshake de los que regresan de un concierto en la capital del mundo.

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