afinidades electivas

¡Madre! ¡Oh Dios! ¡Leche, Madre, Leche!

Justo un día después de contarle al pana Coll que se me había acabado la leche, recibí unas migajas del emperador: Mi tía chavista me consiguió un kilo de leche en polvo. No de esa horrible que venden en Mercal, dentro una bolsa llena de consignas gobierneras; no, leche de la buena, La Campesina de Nestlé, la que consumen los hijos de la boligarquía.

Esto sucede en la misma semana que el presidente finalmente, luego de tres meses prometiéndolo, firma un acuerdo con el último demócrata de Europa para suministrarnos, a cambio de nuestro petróleo, productos de consumo como leche y guiso (¿uh? Broder, ¡Qué guiso!). Por supuesto, esto pone mi morbómetro en 11, pues estamos a punto de conseguir Moloko en los anaqueles, como seguramente pasó en otros bastiones del mundo libre: la URSS, la RPDC, la RDA, y la C.U.B.A.

También, sucede la misma semana en que, en una movida que representa una derrota brutal para el sistema ideológico imperante, el gobierno flotó el precio de la leche de larga duración. Espero pronto conseguir nuevamente Alpina, pero en realidad lo que más deseo es que se calle de una buena vez ese desfile de lumbreras que opinan en los infinitos medios del estado que la escasez se debe a una acaparamiento dictado por la CIA. Los mismos que, en medio de este experimento de Ceauşismo tropical, creen fervorosamente que la economía no es una ciencia exacta, y por ende, sus reglas pueden acomodarse a la ideología. Señores, desistan: eso es como gritarle a la gravedad que deje de ocurrir. Los hace ver mal, quedan como estúpidos. Todos nos reímos de ustedes.

En fin, gracias tía. Espero no molestarte más, al menos hasta que la Securitate toque a la puerta.

Salir de la versión móvil