afinidades electivas

10 años belgas

La finalidad del castigo es asegurarse de que el culpable no reincidirá en el delito.
-Cesare Beccaria

Hace 10 años inauguramos la vida con un beso el mismo día en que escribí mi primer intento mientras nos cambiábamos en un reducido espacio entre los lockers de la Bruxelles-Midi.

Al terminar con tu camiseta y de espaldas me preguntaste cómo me había ido cambiando dinero. Yo tomé la libreta azul que me regalaste en La Cité, esa que nos robaron una semana después junto a otros artículos más importantes; y te contesté:

10 francos belgas es mi dinero suelto en el bolsillo
Hoy no me preguntes qué tal me siento
(…)
Quiero, deseo, añoro,
que por un segundo,
un breve instante,
cierres los ojos,
abras los labios,
y te dejes envenenar una vez más.

Minutos después, distrajiste al tipo del mostrador mientras yo robaba un mapa. Cenamos un helado en un callejón de espaldas a la feria y nos adentramos en calles sobrenaturalmente oscuras donde la brisa de los muertos soplaba de madrugada. Las estatuas de los parques, las imágenes góticas de las fachadas como únicos testigos de esa conversación perdida para siempre en un videocasete. Al borde del jardín de la noche encontramos el lugar donde pudiste acostarte desnuda sin que yo lo notase. Un lugar para desayunar al día siguiente de la mano de una señora gorda, un lugar a escasos y afortunados metros de los niños exploradores que, intuyéndote, ataron tu cuerpo con gruesos cabos verdes mientras nos enseñaban a descubrir el planeta. Un regalo de esos imposibles que suceden sólo de cara a la inocencia. Un regalo únicamente registrado en la memoria de una europa en minúscula.

10 años belgas después, no existen las monedas. 10 años belgas después, nosotros no existimos, ni tú, ni ese yo que formulamos. Queda una versión menor, desteñida, del novelista de tu vida. El que desapareció contigo sobre la línea de Friederichstraße y nació de un póster de Obsession frente al Káiser Guillermo para la gran foto final. Ese que te amó e hirió con una convicción de fedayín y fue condenado a nunca dormir en los trenes, a caminar eternamente junto a Francisco José por el Innere Stadt, recordando puertas, flores, imperios y refranes al azar.

Yo, ese yo que fui yo, 10 años belgas después, no existe.

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