Contando quién soy antes de olvidarlo | Gerda Saunders

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Gerda Saunders escribe este ensayo sobre su descenso a la demencia producto de una enfermedad microvascular, el diario que lleva para acompañarse y cómo descubre de la manera más íntima la enfermedad que afectó a su madre.

Damn, you missed a mileage board! You fix your gaze on the tarmac, proceed with gingerly premeditated glances to the side. Suddenly you realize that you have forgotten the number you are supposed to be looking out for. You probe the passenger seat for the instructions, bring the paper level with the top of the steering wheel, snag the number, repeat like a mantra. YES! Only three exits to go. This place has only three exits, sir: Madness, and Death.* As for me and my house, we shall shop. Ah, those red bed lamps you found when Marissa came back from South Africa.

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At La Frontera I was unable to interpret the beer stein the server put before me. I knew it was a beer stein, but couldn’t absorb the fact that it was upside-down. I saw it as right-side-up with a tight-fitting glass lid, which I tried to take off. I asked Peter how to get it off, and he turned the glass around. Then I understood. We were with friends.

Siempre le he tenido miedo a la mutilación. Es mi mayor miedo. Esta es otra variante de la mutilación y una de las formas del horror. ¿Qué pasa cuando los avances en la medicina hacen que el resto del cuerpo supere la fecha de caducidad de nuestro cerebro?

Sigue leyendo My Dementia. Telling who I am before I forget. Si puedes…

Alma Llanera

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Hace años, cuando estaba seguro de que nunca emigraría, imaginaba que una de las cosas que me causarían dolor en el exilio serían las primeras notas de De Conde a Principal, ese clásico soundtrack de Caracas. Pensaba que al escucharla, se me vendría encima el guayabo más duro, ese que cae cuando recuerdas a los muertos de un lugar que ya no existe.

Y no.

Poco tiempo después de emigrar, Mónica puso a prueba mi teoría y descubrimos que la única canción con la que se me nublan los ojos es con el Alma Llanera. Eso sí, sólo cuando presto atención a la letra.

Que se me agüe el guarapo con el Alma Llanera es un cliché que detesto, no solo porque me gustaría que fuese un tema más hip, sino porque –como todos los clichés que me componen– no tengo control sobre él.

No me pasa lo mismo con la Venezuela de Herrero y Armentero –por nombrar otro cliché– y pienso que es porque mientras que De Conde a Principal y Venezuela hablan de lugares, el Alma Llanera trata la identidad. No importa donde viva, no importan los años, seguiré proviniendo de esa orilla, seguiré siendo el hermano perdido y esa tonalidad particular que logra la brisa entre los árboles, seguirá recordándome el sueño inocente de la infancia.

Robin Williams: payaso, gurú, psicópata, humano adorable

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Robin Williams está íntimamente ligado a ese conjunto de decisiones que formaron mi estética del humor. Popeye es la primera película que recuerdo haber visto en el cine y Mork & Mindy la primera serie de televisión. La veíamos en casa de mis tías, en familia, en un pequeño televisor blanco y negro colgado de la pared (durante unos meses, el muñeco de Mork fue mi juguete preferido). Robin Williams popularizó una manera de sentarse y muchas veces en casa, cuando estoy en el sofá, lo recuerdo.

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Luego en mi adolescencia Robin Williams fue mi guía para un montón de reflexiones. Más de una madrugada me quedé viendo Un Ruso en Nueva York, una de las películas esenciales sobre la emigración y la vida en Occidente, Buenos Días Vietnam, ese vehículo perfecto para su irreverente humor automático, What Dreams May Come, hermana espiritual de Inception y uno de los romances más hermosos jamás filmados, y La Sociedad de Los Poetas Muertos, vademécum, manual de uso para la Generación X y seguramente la obra de arte que más escritores ha inspirado –mi vida cambió para siempre con esa línea de los dientes sudorosos que enuncia Ethan Hawke.

A esa impresionable edad de veintitantos, fue incomodísimo ver Being Human por lo frágil y moralmente ambigua que es su actuación. Por esa absoluta humanidad que muestra también en Mrs. Doubtfire, el logro más sublime del cine de los 90s, esa última década en la que las comedias eran comedias y no ensayos cínicos o degradantes sobre lo que nos causa risa.

Durante toda mi vida Robin Williams siempre ha estado ahí en la televisión, haciendo de psicópata, gurú, payaso o los tres a la vez, pero siempre dejando entrever algo de humanidad, algo que te hace creer que estás viendo trabajar a un hombre del renacimiento. Esa capacidad para disfrazarse de un personaje imposible y a la vez hacerlo humano, era su marca.