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Scott Pilgrim vs. El Mundo en 8 bits

Sólo un maestro del spoof como Edgar Wright (Shaun of the dead, Hot fuzz) podría hacer una película de videojuegos que no se tome en serio a si misma, pero a la vez fuera implacablemente efectiva.

El mundo del entretenimiento pasa ahora por un revival de la estética de los juegos de 8 bits. Las maquinarias de mercadeo de Microsoft, Sony y Apple, han convertido en millonarios a un puñado de desarrolladores independientes (indie, para usar la palabra hipster) que han creado (o re-creado) juegos que explotan la nostalgia de esos treinteañeros que ahora pueden gastar mil dólares en un teléfono.

A pesar de que cae dentro de ese revival, Scott Pilgrim vs. The World me resulta un tanto extemporánea. Me habla a mi y a toda la generación que vivió toda su niñez y su juventud en un mundo de 8 bits. Pero no se si los veinteañeros de hoy disfrutarán, o identificarán las referencias, tanto visuales como auditivas –la película se presta para una cacería de acentos sonoros.

Si hubiese visto SPvTW hace diez años, pensaría que es la mejor película del mundo. Ahora sólo pienso que es la mejor comedia que he visto en el año.

Pero entiendo que para llegar a Scott Pilgrim, teníamos que pasar como espectadores por esa escena de Oldboy en la que traducen por primera vez al cine la estética de un juego de plataforma, por las peleas masivas de Matrix y por las boss fights de Kill Bill.

Una lección hiperestilizada de fluidez y ritmo, SPvTW logra de manera muy efectiva la suspensión de la incredulidad, mientras patea el trasero de todas las películas basadas videojuegos, precisamente porque es autoreferencial y despreocupada. Gracias a eso, queda allá arriba, junto a Tron, como la mejor interpretación hasta ahora del universo de 8 bits.

1-UP!

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