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No te despidas, sólo vete

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John Manuel:

Mi opinión es sencilla: si algún día me voy del país, lo haré sin aspavientos. No pienso escribir un largo artículo dándole explicaciones a nadie (además, a quienes irían esas explicaciones no les interesaría escucharlas). Y me voy sin dramas. Sin renunciar a Venezuela y negar que aquí he vivido las peores, sí, pero también las mejores cosas de mi vida. Que este país tiene y ha tenido toda clase de dificultades políticas y económicas, amén de un sistema político que nunca ha podido ser estable. Pero también ha habido instituciones que funcionan, cosas que andan. Yo me eduqué en Venezuela, trabajé y sigo trabajando honestamente en Venezuela. Me he enamorado en este país. Mis amigos son casi todos en este país. Mi familia es de este país.

y también:

Yo soy un individualista, reivindico mi derecho a vivir donde me dé la gana, a tomar las oportunidades que se me presenten.

Un prerequisito para irte entender que todos vivimos en el mundo, no en países. Si acaso, vivimos en ciudades y pueblos, y hay más de una manera –unas menos dolorosas que otras– de mudarte al pueblo de al lado, sin armar tanta alharaca. Creo que este asunto de armar toda una argumentación ante de irte está bien como ejercicio literario, pero si tienes que hacerte la lista y leerla frente al espejo, de pronto no lo tienes tan claro. Quizás sea mejor que te lo pienses mejor.

Pero lo peor de todo es cuando se organizan «despedidas» –reuniones de despedida– porque es lo socialmente aceptable y entonces tienes que leer la lista en público. Yo fui a un montón de esas y odié cada una de ellas.

Siempre dije que si me iba, sería con un adiós irlandés. Y así fue. Seth Stevenson tiene un artículo corto e interesante sobre las despedidas irlandesas (o francesas o inglesas), una costumbre que en países como Suiza sería una ruptura subversiva del orden de las cosas, un faux pas terminal, pero que evita ese teatro sin sentido que le arruina la velada a todos.

 

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