Por qué los wikileaks son perjudiciales (y tú vas a pagar por ellos)

Iba a escribir un post largo sobre la relevancia de los Wikileaks de Noviembre de 2010. Pero John Stewart y sus redactores lo resumieron de una manera brillante en este video. La clave, por si no lo pillas, está en la discusión sobre si John Stewart debe mostrar su pene.

La primera vez que vi Collateral Murder en casa de Vicente me sorprendió la audacia y me intrigó cómo habían hecho para conseguir ese pietaje. Me pareció que el mundo necesitaba algo como WikiLeaks. Sin embargo, luego de leer este artículo en el New Yorker de Junio de 2010, entendí que Assange no era el luchador por la libertad que yo pensaba, sino un divo de los medios con un cóctel de paranoia, falta de cariño y resentimiento.

Ha sido divertido, muy divertido, ver cómo muchos gobiernos de occidente corren a tapar los wikileaks y hacer spin de esta historia de las maneras más inverosímiles. La de Venezuela es doblemente divertida: mientras el país se deshace por las lluvias torrenciales y hay miles de damnificados, el gobierno se concentra en el doble estándar de Hillary Clinton. Pero ninguna de las fugas representan alguna sorpresa, son a lo sumo confirmaciones de lo que es vox-populi, y esto está peligrosamente cerca ser sólo una maniobra publicitaria para satisfacer el ego de Assange. A riesgo de sonar conservador y pro-sistema –y créeme, no es mi intención– a largo plazo todo este asunto puede ser perjudicial porque:

1. Los países en vías de desarrollo o con gobiernos no-democráticos van a redoblar sus esfuerzos para eliminar las fugas. En otras palabras, los países más necesitados de transparencia van a ser aún más opacos. Y los que van a pagar somos nosotros, sus ciudadanos.

2. La diplomacia es un juego de mentiras y medias verdades. Y el que no crea eso, es un niño de 12 años. La paz y el bienestar se construyen con negociación y toda negociación nace con verdades ocultas. Un mundo gobernado por niños de 12 años no puede progresar.

3. Assange propone lo mismo que Mark Zuckerberg: la privacidad ha muerto. Es una idea romántica, hermosa. Pero inviable. Yo declaro abiertamente que sí tengo cosas que ocultar y prefiero que sigan ocultas. Si tú al leer esto crees que no las tienes, bien por ti. Pero creo que estás mintiendo y eres un blanco tentador para una versión social de WikiLeaks.

Despedida abierta | Leo Felipe Campos

Caracas, es el fin. El nuestro se ha convertido de a poco en ese amor que pega y te deja con resaca. El odio se nos está instalando en las ganas y nos apagamos más rápido de lo que nos encendemos.

Leo Felipe Campos escribe una carta que me hubiese gustado escribir a mi. Gracias, viejo, por darme una voz.

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Sean Connery – El eterno mentor

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El Bond que crearon Sean Connery y el director Terence Young, fue una inspiración para la generación de mis padres. Hoy en día el trabajo de Connery en esas 6 películas resulta afectado, casi cómico, pero esquiva el kitch y lo patético por su presencia en pantalla, por esa arrebatadora media sonrisa con la que suelta sus sarcasmos y doble sentidos.

Un modelo de clase, sensualidad y también de machismo y fuerza (después de todo, Bond es el arma arrojadiza del estado británico). Pero en un modo distinto a sus coetáneos Clint Eastwood y Steve McQueen. Con mujeres intercambiables, modales calculados y una cuenta abierta en Montecarlo, ese Bond fue la representación audiovisual que necesitaba la palabra playboy.

Años después, por la vía de actuaciones secundarias, Connery se reinventó como figura paterna. Comenzando con Juan Sánchez Villalobos en Highlander y repitiendo ese rol en El nombre de la rosa, Los Intocables, La última cruzada, The Rock y Finding Forrester. Durante toda la década los 90s, Sean Connery fue el mentor paradigmático.

Mis papeles favoritos son aquellos en los que representa a un sabio antihéroe, como el que le dio el Oscar en Los Intocables, o el Capitán Marko Ramius en La caza del Octubre Rojo, o Barley Scott Blair en La Casa Rusia. Esta última tiene una relevancia singular: su coestrella, Michelle Pfeiffer, era 30 años menor que él, y se notaba. Con esta película, se ensaya el mayor aporte de Sean Connery a la cultura pop: romper el paradigma de la belleza masculina hollywoodense y personificar al viejo sexy con el que todas querían estar.

A diferencia de otras estrellas maduras como Paul Newman y Robert Redford, Connery nunca ocultó sus años –si algo hizo fue lo contrario: interpretar papeles que lo hacían ver mayor. La prensa femenina deliró con su calva, sus canas y su acento. La revista People lo nombró el hombre más sexy del siglo XX. Todas mis amigas vibraban por el tipo y yo pensaba –pienso todavía– que sería muy cool tener un abuelo-mentor que alguna vez fue un playboy del gobierno británico y a su edad, todavía levanta veinteañeras.