afinidades electivas

No lo conseguirás en Italia

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Orlando me cuenta que la chicha El Chichero ya no sabe igual, sabe a agua con arroz, dice. Estoy preparado para escuchar eso porque ya he lidiado con la pérdida de muchos sabores. Pero la chicha…

Cuando bebía El Chichero —y esta es la única que causa este efecto—, me transportaba automáticamente a mi niñez, en casa de mi abuela materna, lejos de todos los problemas del mundo. La untuosidad de esa chicha emulaba a ese manto que nos cubre cuando niños y que de alguna manera filtra el horror de la vida adulta.

A pesar de estar habituado a la idea, saber que nunca más voy a experimentar eso me afecta; y me recuerda, una vez más, a los Pirulines. En mi mente, el tipo al que Sindoni le compró la receta de Pirulin, emigró desde el Piamonte —tierra de la Gianduia— y pasó años tratando de recuperar el sabor y la textura de su infancia, experimentando con materiales y proporciones, una y otra vez. La historia de un comienzo en Venezuela, como muchos otros comienzos en América.

La receta se convirtió en una de las golosinas emblemáticas de Venezuela, pero estoy convencido de que fue una victoria taciturna para su creador, porque el Pirulin es, como todo recuerdo, sólo una aproximación.

Yo también he tratado de conseguir el Pirulin original en Italia. Una vez le di un paquete a un amigo italiano y le dije “estoy buscando un sabor como este”, cual piedrero en carencia (puedo haber tenido los ojos desorbitados, también). Cada vez que entro en un supermercado en otro país, busco, compro y pruebo barquillas. En Grecia descubrimos las Caprice de Papadopoulou, que son maravillosas y me gusta imaginar que también vinieron de Italia. A veces, cuando miro a la montaña, pienso que detrás está el Piamonte y… ¿quién sabe, no?

Pero no. Soy un emigrante y debería saber qué es lo que pasa en tu país luego de que te exilias. No hay Pirulin detrás de la cordillera, no hay Pirulin en Italia, porque el producto, el sabor y sus creadores, murieron en la guerra.

 

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