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El amargo sabor de la Patria

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Ese último kilo de café nos lo bebimos con premura, haciendo varias coladas al día, llenando la greca más de lo necesario. Queríamos que se acabara pronto, porque ese último kilo de café era el peor que habíamos probado en la vida.

Era un café saborizado, uno de esos Frankenstein que la menguada industria del café venezolano inventa para poder evadir el control de precios. Al principio comentábamos lo desagradable que era, e inmediatamente nos sentíamos mal por todos nuestros familiares y amigos que continuaban atrapados en Venezuela. Nos bebimos ese elixir de culpa por respeto a quienes habían hecho el sacrificio de traérnoslo, por compromiso, como quien come una hallaca ácida en casa ajena: rápidamente, en silencio, tragando grueso la vergüenza.

También nos trajeron Toddy. «el Toddy siempre me ha sabido a tierra», dijo Mónica y hasta allí llegó mi añoranza por el Toddy. En efecto, ahora me sabe a tierra. Los Pirulines estaban aceitosos y dejaban un sabor raro en la boca. Cuando se los di a probar a unos amigos, tuve que hacer la salvedad de que «antes eran mejores». Antes en mi mente. La memoria gustativa puede ser traicionera.

Mónica tiene un cuento sobre esto: cuando llegó a España, trató de encontrar un sucedáneo de las Sorbeticos. Las Artinata se le acercaban, pero no eran iguales. Así que la primera vez que volvió a Venezuela, llegó directo al abasto para comprarse varios paquetes de Sorbeticos. Toda su ilusión se vino abajo al probar el primero y darse cuenta de que ya no eran (o nunca fueron) esa maravilla cremosa que recordaba, sino unas barquillas grasientas. El sabor a aceite de girasol duró toda la tarde.

¿Soy yo o tú también lo sientes? ¿Algo ha cambiado?

Una forma de infierno es darte cuenta de que tus chucherías de la infancia son desagradables. Pero ¿soy yo sólo? ¿qué pasó con la cerveza, el ron –oh, el ron– y todos esos tópicos venezolanos que nos hacían sentir orgullosos? ¿el Toddy siempre supo a tierra? ¿Los Pirulines fueron siempre una mentira o es culpa de estos tipos que destruyeron toda la producción de alimentos en 15 años? Me queda la duda ¿ves? Y tengo que vivir con esa duda hasta que me muera.

Afortunadamente todavía queda la Harina Pan de Polar. Nuestra gran contribución biotecnológica. Eso sí, la fabricada en Colombia, porque la venezolana, si se consiguiera, no me atrevería a probarla.

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Daniel Pratt

Emprendedor, artista de calle, aficionado a los medios sociales, fan de PHP, amante de psql, geek. Vamos a morir pronto. Lo que queda es amar, disfrutar de nuestras glorias, miserias y afinidades electivas.

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