Stepping out, de Joe Jackson, es una de las canciones de mi infancia. Un tema descartable, a menos que esa melodía en el piano haya marcado algún momento de tu vida. Si te besaste con esa canción, entonces es un hito en la historia de la música.
El caso es que el otro día la escuché por azar y me bajé el disco. Fue una sorpresa haber encontrado un álbum de jazz bajo la cubierta de pop de los 80s.
Jack Tramiel fue uno de los primeros iconoclastas del mundo de la computación. Es probable que el mismo instinto que lo hizo sobrevivir Auschwitz, lo haya convertido en uno de los comerciantes más implacables del siglo XX. Un tipo que sólo buscó márgenes mientras otros vendían utopías. Llegó con $10 a Estados Unidos y fundó imperios que luego destruyó sistemáticamente, exprimiendo tecnologías obsoletas (y a sus ingenieros) hasta la última gota. La magnitud de los avances que precipitó en Commodore son sólo comparables con su estrepitoso fracaso.
A mediados de los 70s, Tramiel fue lo suficientemente visionario como para comprar MOS, la compañía que inventó el 6502, el microprocesador que estaba dentro del Atari 2600, la Apple II, el Nintendo Entertainment System y, obviamente, las propias máquinas de Commodore. Así, Tramiel se puso en esa envidiable situación de hacer dinero, mucho dinero, cada vez que sus competidores tuvieron éxito.
Tramiel fue el primero que logró vender un computador de menos de $300 con teclado y conexión a un monitor. «We need to build computers for the masses, not the classes», dijo cuando comenzó la VIC-20, el primer modelo en vender 1 millón de unidades. Poco tiempo después, la C64 se convertiría en el computador más vendido de la historia, un récord que se mantiene hasta hoy. También, fue el primero en comercializar computadores en tiendas por departamento. Un golpe que, al mismo tiempo que produjo millones, destruyó al resto de sus distribuidores.
La VIC-20 y la C64 redefinieron el concepto de computación de hogar, en términos de precio. Ambas son la materialización de la idea de que si haces algo lo suficientemente bien como para venderlo y nada le compite en precio, te harás millonario. Pero más allá de eso, el mundo en 8bits –y por extensión, mi infancia como la recuerdo– no existiría si no hubiese sido por la manera agresiva en la que Tramiel ordeñó al 6502 y a todos los ingenieros de MOS. Eventualmente nos acostumbramos a la idea de que las máquinas no tenían que costar miles de dólares. Hoy estás leyendo esto en un computador barato gracias a él.
Si te interesa esta historia, el mejor recuento que he leído hasta ahora está en Commodore: A Company on the Edge, de Brian Bagnall.
Square revolucionó por completo el punto de venta en 2010. Un lector de tarjetas de crédito que se conectaba en el puerto de audífonos de un iPad, iPhone o Android, acompañado por un software sencillo de usar. Gratuito. Brillante.
Dos años después, mientras Google y otros gigantes apuestan la banca a tecnologías como Google Wallet y Near Field Communication, Square lo vuelve a hacer con Pay With Square. Si no has visto el video que puse arriba, funciona así:
Vía geolocalización, la aplicación te muestra la lista de locales que tienes cerca.
1. Abres una cuenta en el que realizarás tu compra.
2. En la caja, dices tu nombre.
Ya.
Nada de pasar la tarjeta, ni firmar, ni alinear el teléfono contra un lector, ni introducir contraseñas. Pay With Square hace que cualquier otra tecnología parezca ancestral.
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