Merriweather Post Pavilion (2009) – Animal Collective

animal_collective_merriweather_post_pavilionNunca me ha gustado Animal Collective. No tuve estómago para Strawberry Jam, o Sung Tongs. Se que esta es una forma de herejía en ciertos círculos, puedo entender que existe gente que los venera, que los considera los únicos herederos legítimos de la psicodelia, pero a mi los discos de Animal Collective me parecen indescifrables experimentos de ruido.

Esto fue verdad hasta que llegué a My Girls, segundo track de Merriweather Post Pavillion, un tema bailable nacido del caos. Luego, entendí que Animal Collective es esencialmente una banda de Pop y Merriweather circula por la frontera en la que termina la música y comienza la experimentación sonora.

La música, lo que puedo identificar como música, es básicamente un bajo pulsante, guitarras distorsionadas, patrones de ruido, y coros armónicos con cierta inclinación hacia los mantras y un claro propósito edificante. El resultado es un disco con una ilación delirante de giros inesperados y momentos sublimes. En todo Merriweather habrá –máximo– 40 segundos flojos y probablemente sea, junto a Kid A, el disco mejor armado de la década. Su grandiosidad bordea lo beatlesco, me hace pensar en cómo debía sonar Revolver en 1966 y, siguiendo esa idea, Merriweather Post Pavillion señala de manera muy explícita, la forma como el Pop de vanguardia sonará de ahora en adelante.

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xx (2009) – The xx

xxSi hay algo que sorprende de este disco es la forma como distorsiona el tiempo. Considerando todas las ideas y estados de ánimo que evoca, los 38 minutos de xx parecen extenderse por más de una hora. Esto no es más que otra evidencia de que, para un álbum debut, xx es asombrosamente sofisticado.

Con un poco de dream pop, un toque de The Cure, otros de Interpol y Portishead, The xx en realidad funciona gracias a que los vocalistas, Romy Madley Croft –guitarra– y Oliver Sim –bajo– sostienen un envolvente diálogo sobre el desamor. Medley Croft pareciera incapaz de enunciar algo distinto a una exhalación sensual, recordando de alguna forma a las grandes del trip-hop de los 90s. Mientras que el barítono de Sim, se acerca al Wicked Game de Chris Isaak.

A medida que uno escucha estas breves pero letárgicas construcciones de pop etéreo, es evidente que xx en un disco para ser escuchado en la oscuridad, después de la media noche. Preferiblemente acompañado, como colofón del acto sexual, o una larga conversación. Un disco atmosférico como pocos, el debut de The xx comunica estados anímicos con una eficiencia que otras bandas pierden años buscando.

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música

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Dos patrullas trancan la entrada al Viaducto

Mi cabeza golpea de vez en cuando con el frío vidrio del taxi mientras el conductor trata de sortear violentamente el tráfico de otra mañana en la que no se ve el Popocatepetl. Cynthia dice que estos son los mejores días del año. Si es así, atino a imaginar que en verano esta ciudad debe ser el vivo ejemplo de que dos milenios de evolución no han logrado nada en occidente.

La calle está llena de automóviles pero siento que el chofer y yo somos las únicas personas vivas en la capital del hollín. Una sección de metales acompaña a un clarinete dirigido por Duke Ellington, mientras que por el espacio que hay entre mi piel y los audífonos se cuela la nueva canción de Paulina Rubio.

Dos patrullas trancan la entrada al Viaducto. El taxista los esquiva, cruza el puente de Monterrey y toca la bocina para anunciar que va a sortear el bloqueo metiéndose en contrasentido por un retorno.

-¿Y estos por qué están así? –pregunto mientras pasamos por al lado una de las patrullas, infringiendo olímpicamente la ley más básica de circulación.

-Pos, no se –contesta alargando las vocales para marcar la puntuación-, lo hacen cuando se tranca el Viaducto… pero mire, está despejado.

Viaducto Miguel Alemán, herida de concreto a media ciudad, hundido río de asfalto cruzado por decenas de puentes en arco, chapucería de un maestro de obras provinciano, indiscutiblemente chilango, exclusivo de una megalópolis del tercer mundo.

Anoche vi a mi primera novia en un sueño. Estaba en un café con un tipo, siéndole infiel a su marido. Había muchas plantas, palmas, o helechos, mucha luz. Vestía un suéter azul oscuro con una banda roja delgada en el pecho. Estaba un poco más gorda, o menos delgada, para ser preciso, el cabello más corto, sonreía mucho, me contaba su vida sin hablarme. A él nunca le vi la cara.

Mi cabeza golpea el vidrio de nuevo y los helechos, la luz, R, su cabello miel, su cara redonda y sus labios apretados para disimular apenada una sonrisa perpetua, parecen estar a más de un país de distancia. R está quizás en Canadá y probablemente no le sea infiel a ese marido que la trató como una reina cuando yo no quise.

Entramos en Iztacalco, la casa de la sal, el chofer me pregunta si sé en cuál calle debemos cruzar.

-No. Todos estamos perdidos en esta ciudad.