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El silencio como opción

Este fin de semana, nos enteramos de que O. ganó el premio If I ruled the world” de la revista Belga MO.

Vale la pena haber votado por él sólo para poder escuchar (leer) su discurso de aceptación:

En la cruzada personal de O. a favor de la integración, esto es un fatality. Una victoria absoluta.

Muchos escritores latinoamericanos migran y publican. Casos como el de Méndez Guedez y Sánchez Rugeles, por nombrar a dos en boga en Venezuela, son dignos de admiración y un ejemplo a seguir. Si eres lo suficientemente bueno y estás dispuesto a hacer el trabajo, tienes permiso para que publiquen. A muchos les cuesta entender esto.

La primera vez que migré me di cuenta de que el español y específicamente el castellano son ideas difusas, a pesar de la Real Academia de la Lengua. No importa si caes en un país en el que supuestamente se habla tu idioma, siempre tendrás que traducir antes de hablar. Migrar es también despedirte de la palabra.

Pero si me lo permites, no es lo mismo migrar a España que migrar a un país donde no se hable nada parecido a tu lengua materna.

Después de que migré, comencé a pensar mucho en cómo O. logró dominar el neerlandés hasta el punto en el que luego de 10 años puede escribir con ingenio en un idioma que no es el suyo. Esto es verdaderamente una historia de superación y voluntad. Cojones.

Para los escritores migrantes, la imposibilidad de usar su idioma es una suerte de ablación. Si bien puedes encerrarte y escribir en tu lengua nativa, nadie va a leerte. Has perdido de pronto una de las pocas habilidades que tenías en la vida.

Todo esto está mucho mejor expresado en The Writer as migrant de Ha Jin. Y muy bien resumido en la película:

Volviendo al premio, «Pero el silencio no es una opción», dice O. y eso para mí es lo clave.

Para mi, migrar esta segunda vez ha sido un ejercicio de silencio. ¿Hablo? castellano, pero trabajo y pienso en inglés mientras todo el mundo a mi alrededor habla francés. La primera vez que los escritores visitan un aeropuerto, suelen canalizar a Magris y publicar artículos sobre el non-luogo que son los aeropuertos. Diablos, hasta yo he hablado tonterías sobre el no-lugar, pero déjame que te diga qué es un no-lugar: pensar y trabajar en un idioma que no es el tuyo, ni es el que hablan a tu alrededor y además cruzar la frontera dos veces al día.

Salvo los momentos en los que tengo que resolver algo, como comprar el pan, discutir en el banco, o ir al médico porque me duele algo en castellano; el silencio para mi no solo es una opción, sino que es la más fácil. Es casi liberador. Soy el tipo que te sonríe pero no te habla, que duerme en un país y trabaja en otro, que viene de algún lugar de América Latina y de Barcelona «¿cómo que eres del Real Madrid? ¿tú no naciste en Barcelona?». Soy el tipo que tiene un acento raro hasta en español. Soy el tipo que viene de Perth, Australia, la ciudad más aislada del mundo y al que le dicen «si quieres conectar con la gente, tienes que hablar alemán», pero no alemán, sino Schweizerdeutsch, que es algo que militantemente he decidido no aprender hasta que la necesidad me oblige y no pueda pagar un pasaje a Asturias, que es donde me siento en casa, siempre y cuando pueda comprar Maltín Polar y Harina Pan, productos auténticamente venezolanos hechos en Colombia. No solo no hablo castellano, ni francés, ni inglés australiano, ni alemán, sino que además nadie puede decirme dónde voy a vivir dentro de un año. Con esa perspectiva, aprender idiomas es fútil. Lograr que me entiendan es un despropósito. Escribir es un despropósito. Conectar es un despropósito.

Y todo este despropósito fue una decisión consciente.

Aquí puedes leer Si yo gobernara el mundo, el artículo de O, en castellano.

 

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