The Complete Idiot’s Guide To Appreciating Carly Rae Jepsen For Dummies Maybe | Trent Wolbe

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Cuando comencé a leer este artículo, pensé que era otro juego de ironías como esos de Thought Catalog que tanto nos gustan. Y si, tiene algo de eso, pero también está tan lleno de erudición pop, que se rompe en las costuras. En especial los fragmentos en los que se argumenta la trascendencia de Call Me Maybe:

 

“Call Me Maybe” crept quickly into my safe playlist, but in a very unique way: it can be deployed at any point on the timeline with dependably good results. An equal amount of small children and grandparents actively engage with the music, and people in between — high schoolers, college kids, people my age, and Gen X’ers — get it too. The quiet opening bars of the song often drift in uneventfully, but when the energy picks up at the first “Your stare was holdin,’” true appreciators begin to flaunt their lyrical knowledge, and by “HEY” everyone who’s not in the buffet line is either singing along or smiling and learning the words from their relatives who are already in this wonderful, popular club.

Durante momentos, esta disertación de Trent Wolbe roza a los monólogos de Patrick Bateman en American Psycho –It’s an epic meditation on intangibility.

Y si, Call Me Maybe será una de esas canciones que serán recordadas en la próxima década. Es el resumen, el epitome del sonido de finales de los 00’s. Maybe.

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música

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Strange Fruit

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a strange and bitter crop

En 1983 Caryl Phillips fue a Alabama como consecuencia de su primera obra teatral, llamada Strange Fruit en honor al famoso tema de Billie Holiday. Allí entendió que, a pesar de ser negro, como cristobalense y como británico, él no tenía vela en ese entierro. Su incomodidad está retratada en un artículo de The Guardian en el que cuenta su impresión al descubrir que esta canción, epítome de los himnos de protesta negros, fue escrita por Abel Meeropol, un judío neoyorquino.

La foto del linchamiento de Thomas Shipp y Abram Smith impactó tanto a Meeropol, que luego de varios días pensando en ella, escribió un poema. El poema se transformó en canción y llegó a la voz de Billie Holiday quien, con magistral histrionismo, la transformó en una de las canciones más famosas del siglo XX.

Al comienzo, Meeropol había usado el seudónimo de Lewis Alan, porque tal como apunta Marcus Miller, «Los 60s no habían sucedido todavía. Cosas como esas no se hablaban y definitivamente no se cantaban». Tanto es así que en 1941 Meeropol compareció ante una comisión legislativa del estado de Nueva York para determinar si el partido comunista le había pagado por escribir la canción.

 

Yo llegué a Strange Fruit en 1994 de la mano de Nina Simone. La Simone compuso e interpretó otras duras canciones de protesta, como Mississippi Goddamn, grabada con risas incómodas en el Carnegie Hall.

No fue sino años después que me enteré de dónde venía la canción. Y vi la foto que le dio origen. Esa pieza de información visual transforma a «los arboles sureños llevan una fruta extraña» en el mejor abridor de la historia del blues.

 

 

Historia lateral: Meeropol fue el padre adoptivo de los hijos de Ethel and Julius Rosenberg, la famosa pareja de espías ejecutados en los 50s. La historia completa aquí.

 

 

 

El amor en el camino del zen

watts

Uno de los aspectos positivos de ir a la universidad fue tener acceso a la biblioteca. Allí leí fragmentos de libros que de ninguna manera hubiese comprado, o podido comprar: Germinal, Hojas de Hierba, la correspondencia entre Henry Miller y Lawrence Durrell, los beats de Ferlinghetti y otro montón que nunca terminé. Y esa era la clave: no tenía que terminarlos porque estaban y seguirían allí por lo que parecía una eternidad.

Esto fue durante aquella prehistoria en la que no teníamos internet, claro.

En esa biblioteca me enamoré de una mujer que, dieciséis años antes, había hecho anotaciones al margen de las páginas de The Way of Zen, de Alan Watts. Se llamaba Cristina ¿o era Estela? No importa, Cristela me llevó de la mano durante las –breves– partes aburridas con sus brillantes comentarios en inglés, «Similar to a marihuana high» –escribió en marcador azul junto a un pasaje que todavía recuerdo. Supe su nombre porque identifiqué su caligrafía en la tarjeta de préstamos del libro. ¿Sería hermosa? ¿Seguiría siéndolo? Qué tipa tan interesante –pensaba cuando miraba por la ventana luego de un párrafo especialmente revelador. La imaginaba casada y con hijos, portando secretamente la semilla de esas ideas que había ¿abandonado? al margen.

The Way of Zen, por cierto, me hizo creer en ciertas cosas que no tengo completamente identificadas, pero intuyo me han ayudado a aceptar la vida como ha venido y –en líneas muy generales– hacer el bien. Además, un par de años después del encuentro con Watts y Cristela, gané un premio universitario por un ensayo sobre el Tao que hice mientras cursaba una electiva sobre religiones orientales. (Incómodo: falté a tres clases, la profesora me tenía señalado y luego para aumentar las tensiones, ella tuvo que aguantar que ganase el premio). Esa fue la primera vez que alguien confirmó que podía escribir algo.

Hoy tenemos Goodreads, tenemos blogs, facebook, tenemos anotaciones sociales en kindle. Pero antes, la única forma que teníamos de pasar el bastón de una idea alrededor de un texto, era garabatear al margen, en marcador azul, una pista para el futuro.

 

Siguiendo con Watts:

 

También, el mejor consejo de carrera:

 

 

crack, notas Tagged

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