Strange Fruit

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a strange and bitter crop

En 1983 Caryl Phillips fue a Alabama como consecuencia de su primera obra teatral, llamada Strange Fruit en honor al famoso tema de Billie Holiday. Allí entendió que, a pesar de ser negro, como cristobalense y como británico, él no tenía vela en ese entierro. Su incomodidad está retratada en un artículo de The Guardian en el que cuenta su impresión al descubrir que esta canción, epítome de los himnos de protesta negros, fue escrita por Abel Meeropol, un judío neoyorquino.

La foto del linchamiento de Thomas Shipp y Abram Smith impactó tanto a Meeropol, que luego de varios días pensando en ella, escribió un poema. El poema se transformó en canción y llegó a la voz de Billie Holiday quien, con magistral histrionismo, la transformó en una de las canciones más famosas del siglo XX.

Al comienzo, Meeropol había usado el seudónimo de Lewis Alan, porque tal como apunta Marcus Miller, «Los 60s no habían sucedido todavía. Cosas como esas no se hablaban y definitivamente no se cantaban». Tanto es así que en 1941 Meeropol compareció ante una comisión legislativa del estado de Nueva York para determinar si el partido comunista le había pagado por escribir la canción.

 

Yo llegué a Strange Fruit en 1994 de la mano de Nina Simone. La Simone compuso e interpretó otras duras canciones de protesta, como Mississippi Goddamn, grabada con risas incómodas en el Carnegie Hall.

No fue sino años después que me enteré de dónde venía la canción. Y vi la foto que le dio origen. Esa pieza de información visual transforma a «los arboles sureños llevan una fruta extraña» en el mejor abridor de la historia del blues.

 

 

Historia lateral: Meeropol fue el padre adoptivo de los hijos de Ethel and Julius Rosenberg, la famosa pareja de espías ejecutados en los 50s. La historia completa aquí.

 

 

 

El amor en el camino del zen

watts

Uno de los aspectos positivos de ir a la universidad fue tener acceso a la biblioteca. Allí leí fragmentos de libros que de ninguna manera hubiese comprado, o podido comprar: Germinal, Hojas de Hierba, la correspondencia entre Henry Miller y Lawrence Durrell, los beats de Ferlinghetti y otro montón que nunca terminé. Y esa era la clave: no tenía que terminarlos porque estaban y seguirían allí por lo que parecía una eternidad.

Esto fue durante aquella prehistoria en la que no teníamos internet, claro.

En esa biblioteca me enamoré de una mujer que, dieciséis años antes, había hecho anotaciones al margen de las páginas de The Way of Zen, de Alan Watts. Se llamaba Cristina ¿o era Estela? No importa, Cristela me llevó de la mano durante las –breves– partes aburridas con sus brillantes comentarios en inglés, «Similar to a marihuana high» –escribió en marcador azul junto a un pasaje que todavía recuerdo. Supe su nombre porque identifiqué su caligrafía en la tarjeta de préstamos del libro. ¿Sería hermosa? ¿Seguiría siéndolo? Qué tipa tan interesante –pensaba cuando miraba por la ventana luego de un párrafo especialmente revelador. La imaginaba casada y con hijos, portando secretamente la semilla de esas ideas que había ¿abandonado? al margen.

The Way of Zen, por cierto, me hizo creer en ciertas cosas que no tengo completamente identificadas, pero intuyo me han ayudado a aceptar la vida como ha venido y –en líneas muy generales– hacer el bien. Además, un par de años después del encuentro con Watts y Cristela, gané un premio universitario por un ensayo sobre el Tao que hice mientras cursaba una electiva sobre religiones orientales. (Incómodo: falté a tres clases, la profesora me tenía señalado y luego para aumentar las tensiones, ella tuvo que aguantar que ganase el premio). Esa fue la primera vez que alguien confirmó que podía escribir algo.

Hoy tenemos Goodreads, tenemos blogs, facebook, tenemos anotaciones sociales en kindle. Pero antes, la única forma que teníamos de pasar el bastón de una idea alrededor de un texto, era garabatear al margen, en marcador azul, una pista para el futuro.

 

Siguiendo con Watts:

 

También, el mejor consejo de carrera:

 

 

crack, notas Tagged

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Sobre #Yotepagoelbillete y las ganas de vivir quejándose

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Nicko Nogués, barcelonés en el DF, se cansó de los españoles que se quejaban de la crisis (¿quién no?) y se ideó una especie de ardid/campaña de mercadeo. #Yotepagoelbillete proponía eso mismo: él te pagaba el billete para irte de España.

La idea es tan genial y tan simple (y tan simple en su genialidad) que eso motivó a otras personas a unirse y contribuir en el pack de viaje: alguien donó un iPad, otra persona la comida para la primera semana.

Nicko también había hecho Gràcies Barcelona!: contrató un número de teléfono al que le pegó una contestadora. La gente llamaba y le daba gracias a la ciudad por sus propias razones. Los mensajes de voz resultantes quedaban en un tumblr. Todos tenemos algo que agradecerle a nuestra ciudad. Genial.

Con #Yotepagoelbillete tenías que enviar un mail diciendo que querías irte y que lo harías el 1ro de Enero de 2013. Nicko luego reconfirmaría tu deseo y haría el sorteo la noche de Navidad. En mi opinión, había encontrado una forma de criticar constructivamente a todas esas miles de personas que se quejan continuamente sin tomar una decisión o un paso importante para mejorar su situación actual.

La máxima sorpresa fue cuando, luego del sorteo, la persona ganadora rechazó la oferta. Nicko tuvo que hacer otro sorteo y la segunda ganadora, también rechazó la oferta. Ambas con excusas bastante necias, honestamente. Todo está relatado en este resumen del final.

Seguí el concurso con admiración durante estas navidades. La verdad nunca me esperé que el ganador rechazara la oferta. Sobre todo después de haber reconfirmado. «Qué falta de seriedad», fue lo primero que pensé. Pero luego me pareció casi obvio: algunas personas se quejan precisamente porque no quieren o no se atreven de salir de su situación. De hecho, conozco muchos casos: gente que no quiere salir de Venezuela, pero vive diciendo que el país es insufrible; desempleados españoles a los que les ofrecen un trabajo en un pueblo pero no quiere irse de Barcelona o Madrid porque «qué voy a hacer yo en ese pueblo». En el caso de #Yotepagoelbillete, no estamos hablando de que iban a enviarlos a un pueblo de mierda. Te iban a mandar a donde tu quisieras, con un iPad y la primera semana de comida, para que trabajaras y salieras adelante. Luego de leer ese desolador post final, sólo podía pensar en toda la gente que de verdad quiere progresar en otro lugar y no puede. Pensé en mis meses sin papeles. En la angustia de no poder trabajar. Estas dos ganadoras y toda la gente que se queja de su condición y no hacen nada para mejorarla, se merecen la ruina absoluta.