Superwoman

Esta semana he estado pensando que Djavan es el Stevie Wonder de Brasil. Que Luz y Lilás capturan el sonido de los 80s como pocos discos de la Música Popular Brasilera.

Esta idea tiene una trampa, porque Stevie Wonder participa en la grabación original de Samurai. Así que no es raro que piense eso. Excepto que cuando lo pensé no sabía que era Stevie Wonder tocando la harmónica en ese tema. En fin, lo importante no es Luz, ni Lilás, ni Samurai, ni Djavan, ni la harmónica. Lo importante es Stevie Wonder y que en el tren, un lunes en la tarde, pensé «Djavan es el Stevie Wonder de Brasil» y caí de nuevo en Superwoman.

Superwoman es un hito en el Mowtown. Es el primer soundscape del R&B (y quizás el primero en la música popular. O al menos el primero que sigue la definición actual del término), un viaje sonoro en forma de díptico que propone el sonido predominante de diez años en el futuro –piensa en eso por un momento, deja que caiga. El tema asoma algunas impresiones generales de ese infierno aterciopelado que es vivir con una mujer que constantemente cambia de opinión, se va de tu vida y vuelve. Retrato del artista joven víctima de la histeria.

Hoy es la fête y por eso este post se publica hoy. Si me ven por ahí, seguro estaré con los ojos cerrados, cabeceando y cantando en falsetto Where were you when I need you, like, right now?

 

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Hace un cuarto de siglo fui con mis padres a Ginebra. Ginebra fue la primera ciudad de Europa que conocí. Fue una cosa muy loca, muy despilfarradora, muy petrolera, que hizo mi padre cuando el país y él eran otros. Cuando las posibilidades de que todo se fuese a la mierda eran bastante remotas.

Papá de vez en cuando habla de Suiza como quien habla de la novia que se escapó, cuenta cosas que pasaron, recuerda hechos que no ocurrieron, o que ocurrieron de manera distinta. Habla de mi y de su novia invernal como dos maravillas que sucedieron simultaneamente. He vivido con eso toda la vida. Mis padres más nunca volvieron.

Yo tampoco volví. En parte porque Suiza es hijodeputamente cara, y en parte porque el peso de la memoria es muy grande. i.e.: ¿volver a Suiza contando céntimos cuando la recorrí como un pequeño príncipe? No me jodas, eso duele mucho.

Hace un mes conseguí un trabajo temporal en Ginebra. En el avión, lloré como una nena cuando vi el lago Léman. Ayer, paseando solo por el centro, tuve que sentarme en un banco para lidiar con el hecho de que había calles que recordaba. ¿Cómo diablos retienes a los 12 años la memoria de una calle? Te digo como: estando deslumbrado.

Esto, la vida, no hubiese sido lo mismo si, cuando era niño, ellos no hubiesen perpetrado esos atentados contra nuestra estabilidad financiera. Tuve el tino, o la inteligencia emocional de escribirles y decirles exactamente eso, mientras celebraba con mi primera y última birra de €10 que si, que luego de un largo, largo, larguísimo periplo, el círculo se cerró. Trabajo en Ginebra y mi padre, vicariamente, por fin ha regresado.

 

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Los de Kodak eran mis floppies favoritos. Venían en una caja de cartón rígido que hacía las veces de estuche. Mi copia de Karateka estaba en uno de estos diskettes.

Si estos discos todavía existen en alguna parte, ya cumplieron su vida útil. No deja de maravillarme que, a medida que caducan los floppies, miles de líneas de código se desvanecen todos los días. Inclusive han desaparecido los archivos en la internet que preservaban copias de estos discos –algunos hobbies simplemente mueren. No es fácil ser un curador o un mecenas.

Algunos pocos juegos se salvan. Son tan famosos que han ido sobreviviendo de plataforma en plataforma, o gracias a algún printout hecho en 1987. Jordan Mecher, de nuevo, lo cuenta mucho mejor. Pero ¿qué sucederá por ejemplo con Bilestoad? ¿O Microwave, el primer juego de 8bits con música y video simultáneo?

Es así como el trabajo de toda la vida de mucha gente, grandes obras contemporáneas, una buena parte de mis referencias culturales, se desmagnetiza.

Más en The Original Disc Sleeve Archive.