El gran amigo

Releo un comentario viejo de mi papá. Me dice que le mostrará a Luis Nouel mi post sobre la Floristería Bello Monte. «Por supuesto llamé al gran amigo y le comenté tu escrito sobre la floristería y le prometí entregárselo», escribe.

Un comentario hermoso –mejor que el texto original– en el que también cuenta cómo mi mamá se emocionaba al recibir flores.

De la boca de un mesonero supimos que Luis se había muerto. Nos enteramos con seis meses de retraso. Créanme: una de las peores formas de recordar que somos finitos. El vacío del silencio que sobrevino después se lo tragó todo: el ruido del restaurante, las risas, el traqueteo de los cubiertos al golpear los platos.

Luis nunca supo el papel que jugó en mi vida, vía sus historias de insurgencia, vía la Floristería Bello Monte. La única vez que tuvimos una conversación no-supervisada fue hace una década, un día que fui a comprarle dólares. Casi no me reconoció al verme. Y luego de que me identifiqué, tampoco le importé mucho, era una cara más.

Por las casualidades que no son, también tengo un amigo que se llama Luis Nouel. En uno de los peores momentos de mi vida, Luis me abrió su casa y su familia. Un amigo al que estoy seguro de haberle demostrado cariño. Un amigo que probablemente no reconocerá a mi hijo en la calle cuando sea adulto. Un amigo por el que algún día los cubiertos también guardarán silencio.

¿Cómo escribir un adiós?

La mayoría señala lo obvio: «aprovecha, despídete bien de tus amigos, no los verás más. Disfruta a tu familia» y cuando dicen «familia», pienso en que no atenderé la primera caída grave de mi madre, que no seré testigo de ese corto cáncer que anulará al viejo, o de la inescapable caída de naipes que orfanará a mis primos.

Los más poetas, me recuerdan que debo despedirme de la ciudad. Que no debo odiarla en el adiós. «…así como a las mujeres», susurran.

Pero todos encuentran razones para escapar. Todos comprenden.

Excepto ellos.

Cada vez que entro a la habitación, los enfrento. Todos los días me esperan allí, invariablemente desilusionados, severos, incrédulos. Ellos y yo sabemos que no hay forma elegante ni sensible de hacer esto, porque ¿cómo se despide uno de cuarenta años de libros?

El poderoso derrame de iluminación de Jill Bolte Taylor

Jill Bolte Taylor nos relata la increíble experiencia de tener un ACV desde el punto de vista de un neurocientífico.

Jill Bolte Taylor’s stroke of insight | Video on TED.com.